lunes, 11 de mayo de 2009

¡POR FIN!

Primera entrada de texto en mucho tiempo… en fin, ¿qué puedo decir? ¡Demasiado trabajo!
Pero no se volverá a repetir (espero).

San Bernardo

El pasado mes de marzo, coincidiendo con la visita a Luisiana de Gonzalo, el Agregado de Educación en Miami (mi jefe), Bill Hyland, el historiador de la parroquia de San Bernardo, al sur de Nueva Orleáns, organizó una visita por la parroquia, donde se concentra la mayor parte de los descendientes de los colonos canarios que vinieron a finales del XVIII. Tras la preceptiva comida con el Cónsul de España (con la presencia de los cónsules de Panamá y Venezuela), nos esperaba el vehículo que nos iba a servir de transporte oficial. Y no era otro que un coche del sheriff, con un oficial al volante. Uno de los primeros comentarios que se hicieron al respecto fue del propio Bill Hyland, que conoce al oficial (y a todo el mundo en la parroquia) desde hace tiempo; dijo que éste podía “hacer que las cosas ilegales fueran legales”. Y así fue: no se puso el cinturón de seguridad en ningún momento (cosa que los demás fuimos, poco a poco, imitando: adonde fueres, haz lo que vieres….), se saltó algún semáforo en rojo y en algún que otro giro se subió al bordillo peligrosamente. En algún momento creo que encendió las luces de servicio, aunque no la sirena. De película.

Aunque no se conoce tanto como N.O., por supuesto, esta zona fue de las más afectadas por Katrina. Hace 3 años y medio, antes de Katrina, San Bernardo tenía unos 70.000 habitantes y seis escuelas de primaria. La población ha quedado en la mitad, las escuelas también. De las tres que quedan, sólo dos se han reconstruido, la tercera es nueva. Las otras cuatro desaparecieron con Katrina. No es que murieran 35.000 personas en la parroquia, “sólo” unas 200. El resto se tuvo que ir porque no tenían dónde vivir. La visita de algunas zonas fue descorazonadora: zonas residenciales donde quedaba una casa, luego dos solares (la base de cemento) de casas desaparecidas, otra casa, dos o tres solares más… calles donde no quedó ninguna casa, y lo más impresionante de todo: en una zona pantanosa próxima a un barrio se apilaban tres casas, más o menos enteras, que el agua había desplazado más de 500 metros y que habían quedado allí, como recuerdo infame. Una de las escuelas que visitamos estaba reconstruida. La planta baja quedó destruida, y la primera planta sirvió de refugio durante Katrina para más de 10.000 personas, que pasaron varios días hacinadas, prácticamente sin agua y comida. La inundación fue tremenda: al pasar por un semáforo, uno de los acompañantes recordó que durante la inundación, los que podían se movían en barca, y había tanta agua que tenían que agacharse para pasar por debajo del semáforo… Otro de los horrores que pudimos comprobar fue la residencia de ancianos, que se hizo mundialmente famosa porque sus dueños se negaron a evacuar a los ancianos… y murieron ahogados más de 30. Por algún motivo, los dueños fueron absueltos en el juicio.

Poco Después volví a San Bernardo para la fiesta anual de los Isleños, que es como se conoce a los descendientes de los canarios. Tuve la oportunidad de hablar con el mayor de ellos, un anciano de 102 años… ¡que todavía habla el español que trajeron los canarios! Para mi sorpresa, el viejo se puso a bailar, con más agilidad de la que se puede esperar a esa edad, con una señora del grupo de canarios que vinieron de Tenerife para la fiesta… ni que decir tiene que espero llegar a esa edad… siempre que sea en esas condiciones!! La comida que se podía degustar en la fiesta iba desde la tradicional de Luisiana: gumbo (que viene de gamba), jambalaya (que viene de jamón y paella), el aligátor* frito, las ostras a la parrilla (deliciosas), una especie de paella (se podía comer) y por primera vez este año, papas con mojo. Ah, y los canarios traían ron miel de las Canarias…

*Hace unas semanas, por primera vez, cociné aligátor, ¡y me salió bueno!!


Natchitoches

Unos amigos que viven al lado de Baton Rouge me invitaron a pasar un fin de semana en la casa de la familia en Natchitoches (pronunciado, más o menos, nakatish), la ciudad más antigua de Luisiana. En una velada alrededor del fuego, el momento propicio para que pase algo inesperado, pasó algo inesperado: vimos un OVNI. No unos marcianitos saludando, sino, simplemente, un Objeto Volador No Identificado. Estábamos tranquilamente charlando, y de pronto se iluminó todo, como con un relámpago, y miramos hacia arriba y vimos un objeto que atravesó el cielo, que estaba despejado, durante bastantes segundos (unos 10, creo yo). Cuando conseguimos cerrar la boca, que se nos había quedado abierta del asombro, empezamos a comentar lo que habíamos visto. Y de repente oímos un ruido lejano, en la dirección hacia la que se había dirigido aquello, como de tres o cuatro explosiones seguidas. Era obvio que “aquello” había caído. Empezamos a pensar si sería un meteorito, un satélite… pusimos las noticias, y nada; al día siguiente los periódicos no decían nada, y ni siquiera un familiar militar consiguió averiguar nada. Cinco personas lo vimos y lo oímos, pero al parecer fuimos los únicos…