miércoles, 11 de junio de 2008

MI COCHE NUEVO EN LA UNIVERSIDAD


MI COCHE NUEVO EN LA UNIVERSIDAD I


BOLETÍN MAYO-JUNIO 2008

Escribo esto medio hipnotizado por la combinación de un disco maravilloso de Nina Simone y la noche de Luisiana… se oyen sonidos que, sinceramente, no sé si corresponden a un insecto, a un reptil o a un pájaro. Pero no me molestan, complementan el sonido de los altavoces.

Hace unos días, en concreto la noche del domingo 25 de junio, me dirigía con Ángeles a Nueva Orleáns, para escuchar música de jazz en directo y pasar la noche en un hotel. A medio camino, el coche empezó a fallar, empezó a sacar humo y se paró.

No sé si conoceréis las carreteras de Luisiana (y de gran parte de los EE.UU.), pero se pueden describir como rectas interminables, normalmente con bosques a los lados (la diferencia en Luisiana es que gran parte de esos bosques son pantanosos, plagados de aligátores). Durante kilómetros y kilómetros, todo es igual. Sólo cambia algún cartel que rompe la monotonía. A menudo ves coches parados en el arcén, y piensas: “pobres”, y también piensas que algún día te pasará a ti. Y al final pasa.

El coche se paró, y dados mis conocimientos casi nulos de mecánica, y el hecho de que estuviera anocheciendo, lo más urgente era llamar al seguro. Viajar en los EE.UU. sin móvil es un suicidio, pero yo tenía móvil. Mi primer palo fue descubrir que no tenía contratado el servicio de grúa. Y qué le vamos a hacer. Amablemente, el operador me dio una lista de empresas que realizan el servicio. Empecé a llamar, pero sólo conseguí un par de contestadores y silencio. Y es que era domingo por la noche, y al día siguiente, “Memorial Day”, fiesta nacional (en homenaje a los caídos en las innumerables guerras…). Empecé a ponerme nervioso, y a llamar a mis amigos. Además de otros números de teléfono, conseguí que un par de amigas, Deborah y Susana, se ofrecieran a venir a recogernos. El problema (y ahora es cuando cobra importancia la descripción de las carreteras) era saber dónde estábamos. Hacia adelante y hacia atrás veíamos lo mismo: una carretera recta que acaba mezclándose con los árboles. Entre Baton Rouge y Nueva Orleáns hay unas 80 millas (más o menos 130 km), y yo recordaba haber visto el cartel de 43 millas hasta N.O. Se iba haciendo de noche, pero el tráfico de esa carretera, la I-10 (que une la costa este con al costa oeste de los EE.UU.), siempre es denso, y pasan infinidad de camiones, con lo que no era seguro estar fuera. Además estaban los mosquitos y ruidos extraños de ramas moviéndose que venían del bosque cercano. Pero estar dentro del coche era aún peor: había una humedad infernal, y sin aire acondicionado aquello era insoportable. Una amiga sugirió llamar a la policía. Llamé a emergencias (911), y una voz aburrida me preguntó dónde estaba, y le hice la misma descripción vaga que había hecho a mis amigas. Lo único que podía añadir era que estaba junto a un cartel que decía (parece broma) “sólo parar en caso de emergencia”. Dijeron que enviarían a alguien. No pasó nada. Volví a llamar, a hacer toda la explicación otra vez, y nada. A la tercera llamada enviaron a alguien, y más de media hora más tarde (después de Deborah y Susana, que vinieron desde Baton Rouge, y nos dijeron que estábamos a 30 millas de N.O.) llegó un coche de la policía, con sus luces y su foco cegador. Esperé a que se acercara y le expliqué lo que había pasado: se me ha parado el coche, y he llamado a la policía… “y aquí estoy”, me dijo sonriente; me pidió el carnet, dijo que iba a llamar a una grúa y se fue a su coche. Pasada más de media hora yo no entendía qué estaba pasando, pero cualquiera se acerca a un coche de policía de noche!! Así que esperamos, y a los 45 minutos llegó una grúa. Iba a llevar el coche a LaPlace, a unas 5 millas de allí. El amable policía había llenado todos los documentos por mí. Nosotros nos volvimos a Baton Rouge, sin jazz, ni hotel, ni nada, pero sanos y salvos.

El martes me acerqué por LaPlace en un coche de alquiler, entré en el comercio de la grúa (un almacén anclado en el tiempo, con una tele en blanco y negro y decenas de fotos de coches destrozados, y polvo y suciedad de décadas) y pagué el traslado del coche hasta allí, y luego hasta un taller, donde iban a diagnosticar el problema. No recuerdo qué me costó, creo que unos 200 dólares. Y el coche aún está en ese taller, donde le diagnosticaron que no tenía arreglo… salvo cambiarle el motor entero. Ese diagnóstico me costó otros $100. El cambio de motor me costará entre $2600 y $2700, para un coche que me costó $4000 hace menos de dos años!! Pero tras darle muchas vueltas y negociar con el mecánico, he pensado que es mejor arreglarlo e intentar venderlo por $3500 o $4000 (el motor “nuevo” es mucho más “joven”), y así minimizar las pérdidas en la medida de lo posible.

El miércoles de aquella semana fui a comprarme otro coche, y el jueves ya lo tenía (lo habría tenido el mismo miércoles si hubiera llevado el cheque). Lo podéis ver en la foto. Ya le tenía ganas en España, y aquí ese coche vale más o neos la mitad que en allá!!

MIAMI

Estuve en Miami para un curso, y pude ver muchas diferencias con respecto a Luisiana (aparte del nivel económico).

Por ejemplo, el tráfico: ya he contado que aquí la gente es organizada, civilizada, amable. Allá no funciona igual: cada uno mira por sí mismo… si pueden colarse, adelante! Ya parará el otro. Me lo contaba un taxista. Y lo explicó así: “es que nos sale lo latino…” Y es que en Miami no es fácil hablar inglés!!

Es curioso también el sistema de las propinas. Han inventado un sistema para que no te tengas que calentar la cabeza calculando la propina (que, como sabéis, en los EE.UU debe estar entre el 15 y el 20%) y no se te olvide: directamente en todas partes te cargan el 18% y punto. Si no quieres dejarla tienes que descararte tú (no es obligatoria, pero casi) y quitarla de la cuenta…
Miami también ha tenido sus buenos huracanes, lo que pasa es que no se recuerdan como Katrina en Nueva Orleáns. El mismo taxista contaba que el huracán Andrew dejó la ciudad más de un mes sin electricidad…

GENERALIDADES

Otra cosa que es general en los EE.UU., según mis conversaciones con compañeros en otros estados, es el aire acondicionado. Los termostatos se diseñaron para mantener las habitaciones a la temperatura deseada, ¿no es así? Es decir, supongamos que la temperatura ideal son 20 grados. Ponemos el termostato a 21, y en invierno la calefacción subirá la temperatura a 20, y en verano la bajará a 20. Pues aquí no piensan así: cuanto más calor fuera, más baja dentro. Si sube a 35, dentro la ponen a 15 (en verano SIEMPRE hay que tener una chaqueta en la oficina y para ir al supermercado). Y en invierno al revés. Pero el colmo de los colmos, la demostración mayor de estupidez y de carencia de sentido ecológico, es lo que hacen en algunos edificios de oficinas: en pleno verano utilizan… estufas de aire para contrarrestar el frío del aire acondicionado!!!!!

EL CAMBIO
Supongamos que, en España, vamos a una tienda y el precio de lo que vamos a comprar es de 10.58 euros. Y tenemos un billete de 20 y una moneda de euro. Le damos los 21 euros al dependiente (o dependienta) y nos devuelve 10.42, ¿verdad?

Pues bueno, no es así por aquí. Ya me di cuenta hace tiempo, pero recientemente he tenido un par de experiencias curiosas.

La primera, muy parecida al ejemplo. Algo costaba $10 y pico. Yo dejé 21 dólares en el mostrador, y el empleado me dijo: “you are giving me too much”, o sea que le estaba dando demasiado. No tenía ganas de perder el tiempo con la explicación, así que retiré el dólar y luego recogí los 9 dólares más la chatarra y me fui.

La segunda, estaba pagando en uno de los comedores de la universidad, y la cuenta eran (no me lo invento) $9.01. Primero pensé que me “perdonaría” el centavo. Los centavos la gente no los quiere, ni los recoge del suelo. Le di un billete de $10. Pero no, empezó a preparar los 99 centavos de chatarra. Busqué desesperadamente en mis bolsillos, pero nada. Pensé: “seguro que en el suelo hay alguno”. Y efectivamente, no uno, sino dos. Recogí uno, y le dije: “espere”, y dejé un centavo encima del mostrador. La chica me dio las gracias, lo metió en la máquina y siguió preparando la chatarra. Ahí sí que no salía de mi asombro. Pero como tenía tiempo, le hice la explicación: me iba a devolver 99 centavos, yo le daba el centavo que faltaba y me tenía que devolver un dólar. Estuvo mirándome un rato y al final, al insistirle yo, me dio el dólar. Pero por la cara que se le quedó estoy seguro de que pensaba que la había estafado.